"Los vengadores de la Patagonia trágica" de Osvaldo Bayer, cuyo primer tomo se publicó en 1972, fue el disparador para realizar la película dirigida por Héctor Olivera y estrenada en 1974, que dio a conocer en el mundo un tema tabú en un momento de mucha agitación política: las huelgas rurales de 1920 y 1921.
Por Eduardo Balestena
Para la edición 2012 de la Feria del Libro de Mar del Plata estaba programada una charla de Osvaldo Bayer que no pudo llevarse a cabo por problemas de salud del historiador. Sin embargo, me invitó a su casa. En la puerta de entrada había un pequeño cartel que rezaba “El tugurio”. Conversamos en el recibidor de aquella casa llena de libros, sentados a una mesa donde había de adorno una de las granadas que usaban los anarquistas para protegerse de las persecuciones de la policía a caballo.
Aquella investigación le había llevado, durante una década, muchísimos viajes al sur buscando testigos, así como también una gran actividad en Buenos Aires, consultando archivos y haciendo entrevistas.
Luego de la publicación de la obra, recibió un llamado de Héctor Olivera, que acababa de leer el primer tomo y que le anunciaba su decisión de hacer una película con el tema, pidiéndole la venta de los derechos de la obra. Lo primero que vino a la mente de Osvaldo Bayer fue que Leopoldo Torre Nilsson había alterado su guión de la película “La mafia”, haciendo resucitar a Chicho Chico (Alfredo Alcón) asesinado a poco de comenzar el filme. En atención a eso, le contestó a Héctor Olivera que aceptaba su oferta con la condición de escribir el guion y estar presente en la filmación; “se hizo un silencio del otro lado del teléfono que duró como un minuto hasta que me respondió bueno…”. Me contó eso y anécdotas sobre la filmación.
La foto corresponde a la edición de “Fabricante de sueños”, de Héctor Olivera, publicado por Sudamericana en 2021.
“Una película épica con un tema riesgoso”
Señala Héctor Olivera en su autobiografía “Fabricante de sueños” (Sudamericana, 2021), refiriéndose a la obra de Osvaldo Bayer: “Cuando leí los dos primeros tomos de su investigación titulada ‘Los vengadores de la Patagonia trágica’, tuve el deslumbramiento de un hecho deliberadamente silenciado por nuestra historia oficial y de inmediato imaginé una película épica con un tema riesgoso, no encarado antes por el cine argentino”.
Vestuarios, distancias, vehículos, escenarios y llevar a un guion el contenido de los primeros tres tomos de la obra de Bayer -aún no había sido editado el cuarto- hacían de la película realmente una épica.
Ese mismo año del proyecto (1973) fue filmada la película “Quebracho”, de Ricardo Wullicher, acerca de las huelgas y la represión en La Forestal, sobre el libro de Gastón Gori; un filme minucioso y excelente: la transición hacia la democracia deparaba dos grandes películas sobre el pasado argentino. Wullicher rescató la figura de Rogelio Lamazón -un inolvidable Lautaro Murúa-, un caudillo radical que enfrentó a La Forestal y que fue asesinado en 1940.
Las demandas del guion de “La Patagonia rebelde” -que Bayer elaboró junto con Fernando Ayala y Héctor Olivera, con revisiones de David Viñas- eran muchas: las columnas del teniente coronel Varela y los capitanes Anaya y Viñas Ibarra confluían en una sola en el filme, la del teniente coronel Zabala y la secuencia temporal de los hechos cambiaba por necesidades de la narración.
“Vivían todos” me dijo Bayer y agregó que debía entrevistarlos mientras vivieran. En la película, excepto los de los fusilados, todos los nombres -así como el número del regimiento- fueron cambiados.
En su concisión, la película sirve para dar una idea de los hechos, del clima político que se vivía a comienzos de la década de 1920 y de un tema muy complejo que involucraba a las facciones del sindicalismo de entonces, y a las presiones internacionales.
Uno de los mayores aciertos del guion fue el del personaje del alemán Schultz -uno de los papeles más memorables de Pepe Soriano- que aparece como miembro de la comisión de la Asociación Obrera de Oficios varios y que está basado en el anarquista alemán Pablo Schultz y el alemán Otto.
Vale la pena detenernos brevemente en estos dos hombres: del alemán Otto no se conoce el apellido, sino solamente que había estado cuatro años en la guerra europea; era un hombre callado, trabajador, solitario y sufrido. La frase de Pepe Soriano poco antes de la escena del fusilamiento “Ni en la guerra europea donde estuve cuatro años…” está inspirada en el alemán Otto que dijo que ni entonces se fusilaba a prisioneros desarmaros.
Pablo Schultz arengó a los hombres a no entregarse y a pelear hasta el final en la Estancia La Anita -varias líneas de Pepe Soriano se basan en esta arenga- así como varios parlamentos del personaje de Antonio Soto son reales.
En oportunidad de obtener el Oso de Plata en el festival de Berlín, alguien le preguntó a Olivera -refiriéndose a Pepe Soriano- quién era ese actor alemán que vivía en la Argentina.
Una de las importantes fuentes de Bayer fueron los documentos del Juzgado letrado de Río Gallegos, donde se conservaban todos los volantes de los anarquistas de la Sociedad Obrera de Oficios Varios.
Bayer había pensado, como final, el episodio en el cual las pupilas de un prostíbulo se negaron a atender a los soldados, quienes, indignados, trataron de entrar al lugar, pero las cinco meretrices los rechazaron a escobazos al grito de “¡asesinos!”, “¡porquerías!”, “¡con asesinos no nos acostamos!”. Fueron a parar a un calabozo policial.
Mucho le costó a Bayer averiguar los nombres de estas valientes mujeres: Consuelo García, Ángela Fortunato, María Juliache y Maud Foster. Para un tema ya de por sí polémico, en tiempos de la censura, tal secuencia significaría agregar un tema urticante más. El historiador primero rechazó el pedido de cambiar este final, pero luego comprendió que tal solicitud obedecía a argumentos muy atendibles y la película tuvo la conclusión que conocemos, quizás la más impactante de todas: el momento en que la mirada de Héctor Alterio, encarnando al comandante Zabala, al serle cantado por todos los asistentes a un homenaje en su honor el “For he is a jolly good fellow” (un hecho real) comprende a qué intereses verdaderamente ha servido.
Los tiempos se acortan
Osvaldo Bayer y Héctor Olivera viajaron varias veces al sur para seleccionar los escenarios y resolver problemas de producción. El entonces gobernador de Santa Cruz, Jorge Copernic, ofreció la participación de cadetes de la Escuela de Cadetes de la Provincia de Santa Cruz para actuar como soldados y gestionó un crédito a sola firma del banco provincial.
Técnicos muy experimentados se desempeñaron junto a otros que por primera vez llevaban a cabo un trabajo de esa envergadura, cuenta Héctor Olivera en su autobiografía: Jorge Piruzzanto diseñó los decorados que fueron realizados en el estudio Baires y María Julia Bertotto hizo lo propio con el vestuario. El director de fotografía fue Víctor Caula.
Una vez aprobado el guion por el ente cinematográfico, completado el elenco y zanjadas las cuestiones de producción, pareció que los problemas centrales estaban ya resueltos. Sin embargo, estaba muy lejos de ser así.
El lunes 7 de enero de 1974, Héctor Olivera y su familia volaron a Puerto Deseado para iniciar el rodaje, encontrándose con Osvaldo Bayer -gran conocedor de la zona- y su familia.
Las primeras escenas filmadas lo fueron en unas serranías cercanas a Puerto Deseado y el rodaje luego siguió en la estación de ferrocarril, Tehuelches y Jaramillo, en donde fueron rodadas escenas de las más importantes, como el fusilamiento de Facón Grande. En Pico Truncado el equipo debió alojarse en carromatos de YPF.
Pensemos en el momento histórico: el asesinato de Rucci y la formación de la Triple A habían significado el comienzo de una escalada de violencia y amenazas. “La primavera camporista” había terminado y los tiempos se acortaban.
En ese escenario, un sábado a la tarde, mientras Olivera se preparaba para filmar, en la Estancia La Primavera, a unos 80 km. De Río Turbio, la escena de Zabala enfrentando a los peones -300 extras formados en doble fila- el director gritó “¡cámara aquí!” pero nadie le respondió. Todo el equipo estaba inmovilizado.
Según lo cuenta Olivera, un delegado gremial había ordenado una huelga porque siendo las seis de la tarde, aún no había llegado el refrigerio. Furioso, el director solo atinó a caminar hasta que, detrás de un cerro, vio llegar a la Estanciera con el mate cocido y sandwiches de salame en los que consistía la merienda. El retraso se había debido a la pinchadura de un neumático en aquellas lejanas latitudes.
Osvaldo Bayer me lo contó de esta manera: como delegado de la Asociación Argentina de Actores, Luis Brandoni había ordenado la huelga ante la demora en la llegada del refrigerio, lo que suscitó una fuerte discusión entre ambos. “Olivera se puso a caminar” dijo, aludiendo a su indignación e impotencia frente a la situación: las tres A amenazaban, la película estaba siendo hecha contrarreloj y en esas lejanías se declaraba una huelga porque no había llegado la merienda a tiempo, agregó.
“Al día siguiente -dijo- a las siete de la mañana tocan a la puerta de mi habitación en el hotel: era Héctor Alterio, vestido de militar, para decir que una asamblea había dispuesto que debía pedirle disculpas a Brandoni”. La respuesta de Bayer estuvo dada en un insulto de mayor envergadura. El actor, que interpretaba al personaje de Antonio Soto, había permitido que Olivera y Bayer aparecieran en la película pero como extras: como tales no les estaba permitido hablar.
“A fines de enero volvimos a Buenos Aires -dice Olivera en su autobiografía- y mis socios Ayala y Repetto me recibieron con un pedido (o una exigencia): ‘Héctor, tenés que apurar la terminación de la película porque Perón se nos puede morir en cualquier momento’. Y no me lo dijeron pero los tres pensamos lo mismo: con Isabelita y su consejero López Rega en el poder, esta película no se podría estrenar hasta quién sabe cuándo”.
Así, Olivera y Oscar Montauti, el montajista, trabajaron día y noche durante todo el mes de febrero y luego del rodaje hicieron, a lo largo de marzo, una posproducción que hubiera llevado tres meses, mientras Oscar Cardozo Ocampo escribía, sin pausa, la música.
Esa película, de 1 hora y 47 minutos, con escenas y diálogos memorables, con actuaciones antológicas, que dio testimonio de una de las mayores tragedias de la historia argentina, fue rodada y armada entre enero y marzo, es decir, en el transcurso de solo tres meses.
El viernes 4 de abril, Héctor Olivera vivió la emocionante experiencia de ver, junto con los productores Ayala y Repetto, el elenco y Osvaldo Bayer, la primera proyección en la sala de los laboratorios Alex.
“Que se dé en todos los cines del país”
Pareció entonces que todos los problemas habían quedado atrás porque, pese a ellos, habían podido hacer una gran película pero, nuevamente, los problemas recomenzaban.
Al llevar el filme al Ente de Calificación Cinematográfica, era comandante en jefe del Ejército el Tte.Gral. Laureano Anaya, sobrino del general Elbio Carlos Anaya, quien como capitán del Regimiento 10 de infantería, había sido uno de los que habían fusilado en la Patagonia. Ante esa circunstancia, el Ente no calificaría la película. Cabe agregar que en una entrevista que le hizo Bayer a Anaya en casa del militar, éste lo echó. Las gestiones en el gobierno para lograr el estreno fueron inútiles.
La película fue exhibida privadamente a Perón, quien dijo que estaba muy bien, que los hechos habían sido así, pero que no podía autorizarla porque daba una imagen negativa del Ejército. No obstante, a principios de junio la exhibición de la obra estaba autorizada y el estreno tuvo lugar el jueves 13 en el cine Atlas.
Lo que había sucedido entretanto solo se supo después: Perón había oído al general Laureano Anaya decir en una entrevista que “el arma ejército obedece a sus mandos naturales”. Indignado, el entonces presidente se preguntó “¿Y a quién iba a obedecer si no?”. Luego, agregó: “¿Cómo era esa película de la Patagonia en la que aparece el tío de Anaya?”. Cuando le contestaron, completó: “¡Que se dé en todos los cines del país!”.
Fue así que “La Patagonia rebelde” pudo ser estrenada, comenzar su trayectoria y dejar un testimonio duradero que recorrió el mundo.
Poco después, recibió el Oso de Plata en el festival de Berlín. El precio fue muy alto: Osvaldo Bayer fue forzado a exiliarse, como Héctor Alterio y muchos más. Su obra fue quemada por la dictadura militar y el autor solo pudo volver a la Argentina en 1983.
“La Patagonia rebelde” fue esa gran película épica que Héctor Olivera imaginó, y dejó testimonio no soo de las huelgas rurales patagónicas de 1920/21, sino también de la época en que fue filmada.